(Alberto Piernas Medina) La historia está escrita de muchas primeras veces: Marco Polo fue el primer europeo en introducirse en la corte de China, la botánica Jeanne Baret la primera viajera en dar la vuelta al mundo completa, Louis Armstrong el primer ser humano en pisar la Luna y Pablo Nemo ha sido el primer español en cruzar África a pie y en solitario durante más de 800 días.
Pablo González es un aventurero y bailarín cuya aventura comenzó con una mochila de 12 kg en noviembre de 2021 – un momento aún tenso para viajar debido a la pandemia – en Ciudad del Cabo, hasta alcanzar El Cairo a través de Sudáfrica, Lesoto, Zimbabue, Botswana, Zambia, Malawi, Tanzania, Kenia, Etiopía, Arabia Saudí y, finalmente, Egipto.
Por el camino, ha habido arrestos, noches de 42ºC de fiebre bajo una tienda, hipopótamos peligrosos, atardeceres inolvidables, sonrisas llegadas de todas partes pero, especialmente, la certeza de que el mundo es de los soñadores.

«Cuando te paras a observar la respiración de un elefante, cómo se levanta un nuevo día en la sabana, o como las aves otean el horizonte, entras en el ritmo de la naturaleza y te vuelves a encontrar con el bonito misterio de la vida». Con estas palabras, Pablo Nemo define la intimidad del viaje, esa que solo conocemos quienes tendemos a perdernos durante un tiempo entre paisajes lejanos para reconectar con el ahora: «Cuando caminas vives en el presente, es tu momento, entras en unión con todo lo que te rodea. Peregrinar en la Cuna de la Humanidad para mi era lo más importante. Entras en un estado de meditación que te lleva a conseguir todo lo que te propongas», cuenta Pablo a Conde Nast Traveler.

Sensaciones que solo experimentan aquellas personas conscientes de la necesidad de volver a encontrarse: “Mi travesía comenzó con el propósito de reconectar conmigo mismo. Después de la pandemia, me encontré con una sociedad en la que yo sentía que no pertenecía, donde los valores esenciales parecían desvanecerse. Percibí algo parecido a un ‘genocidio espiritual’ en la humanidad, donde lo verdaderamente importante parecía perder relevancia. En un giro personal de los acontecimientos, y sintiéndome desconectado del mundo occidental, decido emprender mi viaje a Sudáfrica en noviembre del 2021, un momento en que pocos se aventuraban a viajar, llevando conmigo únicamente mi pasaporte y una mochila de 12 kg”, cuenta Pablo.

A partir de entonces, comenzó una inmersión en el continente africano en el que Pablo se expuso a todas esas serendipias –dulce y amargas– que inspira la mejor aventura: “Durante mi travesía, aparecieron conflictos bélicos como la rebelión en la región de Amhara contra el gobierno de Etiopía o la guerra en Sudán, lo que me impidió continuar mi ruta por África. Esto me llevó a atravesar Arabia Saudí y el Mar Rojo en un carguero para, finalmente, completar mi periplo caminando hasta El Cairo 800 días después”, nos cuenta Pablo.

A lo largo del viaje Pablo también durmió en sitios de todo tipo y – ejem – pelaje: rodeado de leones en una tienda en el Kalahari, bajo la luna en las ruinas de Great Zimbabwe o, incluso, en un exuberante Delta del Okavango donde una mañana casi es atacado por un hipopótamo: “El animal, que defendía su territorio, cargó contra el mokoro (canoa tradicional) mientras cruzaba un canal. Junto a un local, tuvimos que remar muy rápido hacia la orilla para ponernos a salvo”.
Pero este no fue el único momento de tensión. En tiempos de pandemia, Pablo también fue arrestado en la ciudad de Bulawayo (Zimbabue) por la policía corrupta del país. Para poder continuar, tuvo que salir del país, hacerse pasar por periodista y fingir que conocía al hijo del presidente nacional.

En Etiopía, conviviendo con la tribu Suri en lo más profundo del Valle del Omo, un tiroteo provocó una estampida de gente durante la celebración del Donga – una lucha ancestral cuerpo a cuerpo entre clanes -. O también, ingestas casi mortales como un vaso de leche recién ordeñada de una vaca de los masái que obligó a Pablo a volver a Arusha (Tanzania) para ser ingresado en el hospital con casi 42ºC. Desventuras que forman parte del mejor viaje y que, por supuesto, siempre compensan.

Más allá de los imprevistos, este periplo ha supuesto para Pablo un universo de momentos y, ante todo, de humanidad: “Sonrisas, de niños, de gente. Amor, bondad, la ayuda que recibí cada día, personas anónimas a las que me unía por el corazón sin hablar el mismo idioma. Me dieron un lugar para dormir cuando lo necesité, un abrazo, comida, apoyo y sobre todo paz. EL VIAJE SON LAS PERSONAS”, añade Pablo, quien durante el viaje también inició una campaña con el Kenya Wildlife Service, el organismo gubernamental que rige y coordina los parques nacionales de Kenia. Además, también realizó entrevistas en diferentes medios africanos y ¡hasta fue honrado por el Ministro de Turismo de Tanzania como Embajador de Turismo!

Sonrisas procedentes de todas partes, noches junto al fuego de los masái y atardeceres en el Lago Malawi, el Kilimanjaro o las montañas de Lesoto que perdurarán como destellos en la memoria: “Bajo mi percepción, todas las respuestas que buscamos como seres humanos se encuentran en la observación de las maravillas que nos rodean. En cada paso dado en este viaje, sentía que no solo recogía recuerdos, sino también una comprensión más profunda de por qué estamos en este planeta”, nos cuenta. “Es un viaje espiritual que me recuerda la belleza y la diversidad de la vida, y me hizo reflexionar sobre nuestro propósito aquí en este mundo.”
Viajar habla de atreverse, mirar con nuevos ojos pero, especialmente, desempolvar los prejuicios que tenemos sobre otros destinos, algo de lo que África sabe mucho tras años de expolio y colonización: “África es una tierra de una diversidad asombrosa, poblada por gente amable y hospitalaria que acogen a los visitantes con los brazos abiertos. Sin embargo, durante años, ha existido una narrativa occidental que ha pintado a África como un continente débil para ser colonizado y explotado, casi despojándolo de su identidad individual y presentándolo como ‘un solo país’”, opina Pablo.

Tras más de 800 días de aventura, Pablo ha vuelto consciente de tantas enseñanzas como conclusiones: “El viaje me ha enseñado que el mundo es de los soñadores, aquellos que se atreven a desafiar sus miedos, lo desconocido, y a seguir su voz interior”. La prueba más fehaciente de que vivimos en un mundo donde aún es posible llegar el primero y, si te atreves, también inspirar a los viajeros del futuro. (Conde Nast Traveler)
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