74 años atrás, en Buenos Aires nacía Víctor Bereciartúa. Una vida al límite pero siempre con el horizonte claro. Una vida dedicada al arte, particularmente a la música, fundamentalmente rock and roll. Aquí en Argentina, allá y más allá en el resto del mundo, siempre rockanrroleó de manera simple y directa, sin tantos rodeos. Cuando un tema tiene autoría de Vitico es fácil advertirlo y viceversa.
“Mi familia me había programado para seguir una carrera universitaria y practicar algún deporte. Y ninguna de las dos cosas sucedió. Porque escuchando a Elvis en la radio del Chevrolet 51 de mi padre encontré el escape para no ser lo que debía”.
Víctor Bereciartúa, Vitico, El Canciller, nació en Buenos Aires en 1948 y fue contemporáneo al nacimiento del rock en la Argentina y partícipe necesario de muchas de sus reencarnaciones. Tocó el bajo para cientos de miles de personas con diversas bandas como Los Mods, La Pesada del Rock & Roll, Riff y Viticus, además de grabar decenas de discos.
“Tengo una opinión muy particular sobre todo lo que pasó acá y que tuve desde el principio. Mi gran diferencia con los otros músicos era que acá tomaron el rock, el ambiente en el que yo podía estar, de una manera muy solemne. Tocar era sinónimo de ver cuántas notas eras capaz de meter. Yo nunca estuve de acuerdo con eso. El rock es el sonido de una banda haciéndote sentir mejor cuando salís de su show”.
Algunos fragmentos:
Había pasado tan solo una semana de sentir la gloria absoluta tocando para abrir el show de AC/DC en River. Ellos pidieron que el viernes, la primera noche, tocaran primero Riff y Divididos. Para el sábado mandaron a cambiar el orden: primero Divididos, y antes de AC/DC, nosotros. Porque vieron cómo se ponía la gente con Riff, cómo quedaban listos para el combate de fondo.
A la misma hora, exactamente una semana después, un sábado a la noche viajaba en el auto de Silvia, una amiga. Íbamos por la zona norte y en un cruce de calles vi que se nos venía un colectivo encima. “Silvia, pará. ¡Pará que viene un 60 a las chapas!”.
Silvia se quedó como petrificada, el auto en medio de la calle, y el 60 nos pasó por encima. Fue en la avenida Libertador, en Tigre, donde está lleno de palmeras. Así que supongo que el auto voló, dio contra una de las palmeras y volvió a pegar contra el piso. El auto quedó hecho mierda, pero yo del palo contra el 60 no tengo memoria porque parece ser que, ante la inminencia de la muerte, el cerebro se desenchufa y entrás en un stand by. Yo no tengo registrado el ruido del choque; no hay ningún ruido en mi memoria. Eso me lo contó después un neurólogo muy importante porque quería entender qué me había pasado.
“¡Pará! ¡Todavía estoy acá!”. Reaccioné cuando me estaban queriendo llevar a la morgue. Habrán pensado que no cabía otra posibilidad para mí por la forma en la que había quedado el auto. Me volvieron a meter en la ambulancia y en tres minutos estábamos en el hospital de Tigre. A mí me dejaron en una camilla en la que no me podía ni mover. A Silvia no le había pasado nada. La escuchaba conversando con los enfermeros y los médicos. Se la llevaron para hacerle radiografías y llevaba puesta nada más que una sábana. Alguien, sin querer, se la pisó y medio hospital se dio vuelta para mirarla porque tenía un culo divino, hermoso. Le decíamos “la manzanita”.
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