La noticia fue presentada como el regreso de una leyenda a su casa. Pero detrás del brillo nostálgico y las frases de gacetilla, el movimiento de Mario Pergolini hacia Rock & Pop dice más sobre el estado actual de la radio que sobre el propio Pergolini.
El ex conductor que alguna vez encarnó la rebeldía juvenil del rock vuelve al mismo dial, ahora bajo el paraguas del grupo Alpha Media, conglomerado que concentra medios, pauta y poder.
El mito de la independencia radial se terminó de romper hace rato, pero la industria insiste en venderlo como si aún quedaran cenizas encendidas. El regreso de Pergolini se anuncia entre emojis y hashtags, mientras la FM del “rock y la libertad” se convierte en un producto más dentro del catálogo empresarial.
Ya no hay subversión en el aire: hay marketing.
El mismo conductor que en los noventa agitaba banderas contra el sistema mediático hoy se acomoda otra vez dentro de él, esta vez como figura vintage. No vuelve el Pergolini que se enfrentaba con el poder, sino el que aprendió a convivir con él.
Delta 80 no celebra el retorno de las marcas, sino la resistencia del sonido libre.
Porque el rock —el verdadero— no se gestiona desde un estudio climatizado, se respira en la calle, en los márgenes, en la voz de quienes todavía creen que la música puede cambiar algo.
Mientras algunos reciclan nostalgia, nosotros seguimos apostando por lo que vibra, molesta y despierta conciencia.
El discurso de los 40 años de Rock & Pop habla de “la comunidad que mantiene viva la radio”, pero omite algo esencial: la comunidad de oyentes reales fue desplazada por el algoritmo y la playlist programada. Las “votaciones” y los “rankings” son apenas una forma amable de mantener cautivo a un público que ya no decide, sino que interactúa con lo que el sistema le permite.
Pergolini siempre supo leer el signo de los tiempos, y en eso hay que reconocerle astucia. En un momento donde la radio intenta rearmarse frente a la crisis cultural, su figura aparece como garantía de atención. Pero atención no es rebeldía.
Y si algo le falta hoy al rock —ese rock argentino que alguna vez fue voz de los que no tenían voz— es precisamente eso: rebeldía.
El regreso de Pergolini no es el retorno del rock a su casa. Es el regreso del rock domesticado al circuito del consumo.
La verdadera contracultura no está en los estudios de Palermo, ni en los rankings de los domingos: está, como siempre, donde nadie pone el micrófono.

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