El sábado 21 de noviembre, la icónica cantante y actriz italiana Ornella Vanoni falleció en su hogar de Milán a los 91 años, víctima de un paro cardíaco, según confirmaron fuentes oficiales y medios italianos.
Con ella se va no sólo una intérprete irrepetible, sino un símbolo de Milán y de una forma de cantar en la que la melancolía, el humor, la elegancia y la vulnerabilidad convivían con naturalidad.
Velatorio en el Piccolo Teatro: la ciudad en fila para despedirla
La despedida de Ornella comenzó en el lugar donde empezó todo: el Piccolo Teatro Grassi, el teatro de Giorgio Strehler, mentor de sus primeros años en los escenarios. Allí se instaló la cámara ardente, abierta al público durante el 23 y 24 de noviembre, con dos jornadas en las que se formaron largas colas que rodearon la calle Rovello.
Más de 5.000 personas acudieron para darle el último adiós. El féretro, sencillo, de madera clara, rodeado de girasoles y flores blancas, reflejaba expresamente sus deseos: una despedida sin ostentación, sin artificios, fiel a su estilo.
El alcalde Giuseppe Sala visitó la sala velatoria y reveló uno de los pedidos más íntimos de Vanoni: querer un pequeño jardín público en Milán para cuidarlo ella misma, entre flores y tomates. Un deseo que hoy se transforma en memoria viva de la ciudad.
Funeral en San Marco: música, silencio y una ciudad detenida
El 24 de noviembre a las 14:45, el barrio de Brera se detuvo. La iglesia de San Marco, donde Vanoni vivió tantos momentos personales y artísticos, recibió a cientos de personas que quedaron afuera por falta de espacio, mientras dentro familiares, músicos, colegas y autoridades rendían su último homenaje.
El trompetista Paolo Fresu, amigo cercano, interpretó “L’appuntamento”, convirtiendo el templo en un silencio suspendido. Su nieta Camilla cantó “Senza fine”, como un puente entre generaciones.
El padre Luigi Garbini definió su vida con precisión: “Ornella fue la historia de Italia. Auténtica, intensa, siempre libre”.
Ese día, Milán decretó luto ciudadano, gesto reservado a figuras cuya historia está entretejida con la de la ciudad.
Una artista irrepetible
Ornella Vanoni deja atrás una obra gigantesca:
- más de 70 años de carrera,
- más de 100 discos,
- alrededor de 55 millones de copias vendidas,
- presentaciones memorables en 8 ediciones del Festival de San Remo,
- colaboraciones con gigantes como Herbie Hancock, George Benson, artistas brasileños y nuevas generaciones italianas como Mahmood.
Su voz —a menudo descrita como “de terciopelo”— hizo propio un estilo íntimo, confesional, moderno antes de tiempo. Supo pasar del teatro al jazz, de la canción de autor al pop, sin perder identidad. Su figura marcó la manera italiana de cantar el amor, la pérdida y la ironía de vivir.
Su propia visión de la muerte
Vanoni había hablado abiertamente sobre el final:
- Quería un ataúd modesto.
- Quería ser cremada.
- Deseaba que sus cenizas fueran arrojadas al mar, posiblemente en Venecia.
Su última despedida cumplió ese deseo de sobriedad. Una muerte sin dramatismos, vivida con la misma honestidad con la que se presentó siempre frente al público.
Una ciudad que pierde su voz
Milán despide a Ornella Vanoni como a una hija propia. Basta recorrer las cuadras de Brera, el Piccolo, los cafés donde solía detenerse, para sentir la huella que deja su ausencia. Su voz seguirá allí: en las radios, en los discos, en las películas, en los recuerdos de quienes encontraron en sus canciones una verdad que nadie decía como ella.
Vanoni fue la gran artista que no se escondió. Que cantó la vida con la misma intensidad con la que vivió. Y que hoy se convierte, definitivamente, en legado.

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