¿Puede una banda nacida en Buenos Aires en 1972 anticipar un sonido que explotaría veinte años después en el desierto californiano?
El caso de Pescado Rabioso, el proyecto más intenso, oscuro y eléctrico de Luis Alberto Spinetta, sugiere que sí: sin proponérselo, el Flaco y su grupo sembraron una semilla estética que décadas más tarde florecería en el stoner rock.
El stoner —movimiento de los años noventa encabezado por Kyuss, Sleep o Queens of the Stone Age— combinó la pesadez de Black Sabbath con atmósferas psicodélicas, ritmos hipnóticos y una fuerte conexión con la experiencia del viaje y el trance.
Su sonido es espeso, valvular y lisérgico: riffs que se repiten hasta construir un clima desértico, espiritual y psicotrópico.
En el otro extremo del mapa y del tiempo, Pescado Rabioso ya había explorado, a comienzos de los setenta, una forma propia de trance sonoro.
Temas como Post-crucifixión, Cristálida o Nena boba destilan un peso rítmico, psicodelia poética y densidad emocional que los vuelven sorprendentemente cercanos a la sensibilidad del stoner.
Pero el viaje de Spinetta no era químico ni físico: era metafísico.
Donde los californianos buscaban el desierto exterior, Pescado exploraba el desierto interior.
Su música unía el blues pesado con la poesía visionaria; no pretendía escapar del mundo, sino comprenderlo desde lo invisible.
Por eso, más que precursor del stoner, Pescado fue un antecedente espiritual del sonido pesado y contemplativo que luego marcaría al género. El peso del riff estaba allí, pero el motor era la búsqueda del alma, no el humo.
Décadas después, bandas argentinas como Los Natas, Poseidótica o Humo del Cairo reconocieron esa raíz: un linaje que une la distorsión con la introspección, el cuerpo con el pensamiento. El heavy y el stoner locales nacieron con una marca distintiva: el viaje hacia adentro.
Pescado Rabioso no inventó el stoner rock, pero abrió un horizonte de sonido y conciencia que ayudó a que ese lenguaje pudiera existir también en el sur del mundo.
En lugar de desierto y arena, hubo ciudad y asfixia; en lugar de riffs para drogarse, riffs para despertar.
Y en esa diferencia esencial reside el eco más profundo: el de un rock que fue pesado, sí, pero también sagrado.
Quizás afirmar que Pescado Rabioso fue el creador del stoner rock resulte, más que una verdad histórica, una metáfora poderosa: la del origen de una sensibilidad sonora en el sur del mundo. Una sensibilidad que, entre la niebla de la dictadura inminente y el humo de la experimentación, encontró en el riff pesado y la introspección existencial un modo de resistencia estética.
Luis Alberto Spinetta no buscaba fundar un género; buscaba un lenguaje. Y en ese proceso, anticipó climas, texturas y estados mentales que décadas después serían abrazados por el stoner, el doom o el grunge. Pescado Rabioso fue, en esencia, un puente: entre la psicodelia poética y la densidad eléctrica, entre el viaje interior y la distorsión como refugio.
Hoy, cuando las nuevas generaciones revisitan aquellos discos, descubren que lo que parecía un desvío fue en realidad una raíz. Porque más allá de las etiquetas importadas, el stoner argentino ya estaba allí, gestándose en los surcos de Desatormentándonos y Pescado 2, en la voz quebrada del Flaco y en ese bajo que sonaba a desierto cósmico.
Quizá no haya mejor forma de entenderlo que volver a escucharlos, con los ojos cerrados y el alma abierta, dejando que el humo y la poesía nos conduzcan —una vez más— hacia el corazón ardiente de Pescado Rabioso.
Y en esa travesía, Delta 80 sigue siendo un faro: una radio que apuesta por la profundidad y la memoria sonora, que recupera el valor artístico del rock argentino más allá de las modas o los algoritmos. En cada programa, en cada homenaje y en cada nota, late la convicción de que la música es también una forma de pensamiento. Y que escuchar a Pescado Rabioso hoy no es un ejercicio de nostalgia, sino un acto de resistencia cultural.

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